'LOS MISERABLES'. El 93 pide respeto


CRÍTICA DE CINE

'Los Miserables'
(Ladj Ly. Francia, 2019. 104 minutos)


La ‘banlieue’ golpea duro y el que la haya frecuentado lo sabe. Lugar estigmatizado, hace referencia a las aglomeraciones urbanas que se agolpan en los alrededores de las principales ciudades francesas en las que las tasas de exclusión son elevadas y el olvido institucional es una constante sin solución. Ante tanta dejadez el asociacionismo y el movimiento ciudadano coge peso para llegar donde lo oficial se queda corto. El activismo se ejerce desde muchos frentes, y Ladj Ly lo trabaja con una cámara en la mano. Suyos fueron los mejores fragmentos del estallido de ira que se dio en 2005 en Montfermeil, a doce kilómetros del centro de París. Aquella explosión colectiva de ira tras la muerte de dos jóvenes de la zona traspasó la esfera nacional. Hubo enfrentamientos graves que su cámara no dejó de filmar. Quedó como testimonio el documental ‘365 jours en Montfermeil’, accesible en Youtube. Después vino, entre otros proyectos de agitación y testimonio directo, el cortometraje ‘Los miserables’, donde exponía una situación conocida en primera persona. No se le puede reprochar hablar de oídas al cineasta, que nació, creció y todavía vive allí. Que venga alguien y le suelte en la cara que tal o cual situación o personaje está estilizado o pasado por la apisonadora de la convencionalidad.

Tanto el documental como el cortometraje bañan el núcleo de la vigorosa película que supone su estreno en formato largo. ‘Los miserables’ da donde más duele, en ese retrato de jóvenes de presente incierto y grisáceo futuro y en esa violencia estatal descontrolada que se ejerce tanto en el terreno como desde la alturas. Cine político en la onda del mejor Spike Lee y lo mejor es que se advierte que Ly seguirá esa senda y que hay un cineasta a vigilar en los próximos años. Desde ‘La haine’ y se había intentado (‘Divines’ fue un buen exponente) no había producción que conectara con tanta fidelidad y también sutileza con una visión tan global de lo que se cuece en estos territorios de la República, donde multitud de profesionales y ciudadanos se dejan jirones de su salud para sacar adelante cada día y donde nadie lleva chalecos amarillos. Su protesta empezó mucho antes y sigue sin ser escuchada.

París es una ciudad abierta al elogio instantáneo, a la postal de icono, al álbum de fotos asaltado por los ‘me gusta’. Pero París también es lo que refleja ‘Los miserables’. París es Montfermeil, Bobigny o Saint-Denis, ‘le neuf trois’, el 93, en referencia número administrativo oficial de estos departamentos. Su reivindicación es un grito rabioso que no puede dejar indiferente. Ly exhibe músculo en la dirección desde el inicio y la historia ya apenas deja momentos de tregua, sujeta a un estado de tensión permanente incluso con la dificultad que pone de la necesidad de empatizar y acercarse emocionalmente a su trío protagonista. Son policías que, si bien cada uno cumple un rol y un perfil muy determinado, nunca se pierden en el laberinto de lo extremo o inverosímil. A través de una de sus patrullas, Ly describe un barrio con sus propios códigos de funcionamiento, con los mediadores locales que apaciguan los enfrentamientos, la chavalada inquieta y problemática, los familiares despreocupados y los distintos colectivos que conviven en la zona. Es soberbio el equilibrio con el que maneja asuntos tan delicados sin sobrepasarse ni recurrir a generalizaciones o discursos hechos. Esto es aplicable a la aparición de lo religioso como factor al que aferrarse en situaciones de exclusión y el rigor con el que lo trata. De un personaje que se podría fácilmente ir al extremo salen, sin embargo, las palabras más certeras, cuando en el momento en el que la tensión parece controlada, expresa la frase que sintetiza el espíritu del conjunto: “Nadie os va librar de la ira y los gritos”.

Toda esa rabia, dureza y tensión que el guion va aportando gradualmente, con momentos físicamente insoportables, confluye en el angustioso epílogo, donde la claustrofobia y agobio que se expone es puramente metafórico. Es un país y no una persona la que puede salir ardiendo si no hay pronto una solución. Esa amenazante botella en llamas espera que alguien la apague o que definitivamente la lance y todo explote. Pase lo que pase, la sensación que queda es que allí estará Ladj Ly con una cámara para contarlo.

RAFAEL GONZÁLEZ

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