'EL SALTO DE DARWIN'. Brasas del original


CRÍTICA DE TEATRO

'El salto de Darwin'
De Sergio Blanco
Adaptación y dirección: Natalia Menéndez

Es evidente y natural que Natalia Menéndez mantenga un romance con los textos de Sergio Blanco. El problema reside en que la directora parece que no termina de sacarles el potencial que los mismos poseen. Ya sucedió con su anterior montaje ‘Tebas land’ en el que Menéndez no sacaba el partido necesario a la partitura original y ya fuese por la elección del reparto o por sus cuestionables decisiones de dirección, la puesta en escena solo aguantaba por el trabajo de Blanco sobre el papel. En ‘El salto de Darwin’ el resultado es mucho peor si se atiende a la adaptación que ha realizado la propia responsable artística del Teatro Español. Parece, por la intencionalidad, que la directora ha intentado ser más original que el propio Blanco y ha destrozado gran parte de la estructura creativa que posee el texto en su origen. Su adaptación ha conseguido que la puesta en escena no tenga un ritmo coherente. Los dos primeros saltos -tal y cómo los enuncia el dramaturgo uruguayo- pasan demasiado rápido y son muchos detalles los que no se trabajan y eso lleva a una inmediatez un tanto inconsistente, mientras que el último salto todo se ralentiza. Los personajes son más esbozos que entes contundentes en lo que plantea cada uno. El texto se basa en acortar y en cambiar aspectos sin una razón de peso. ¿Por qué se cambia la marca de la guitarra? ¿Por qué se agilizan aspectos de esta “road teatral”? Es una propuesta contraria al original. Tampoco se entiende que Menéndez acuda a cuestiones innecesarias: ¿Por qué se realizan felaciones cuando en el texto pone besos? ¿Qué se busca, una provocación innecesaria? Es absurdo jugar a eso y más cuando el texto es más que evidente hacia dónde se dirige. También Menéndez decide suprimir un aspecto metateatral que resulta muy sugerente al leer el texto y que escénicamente aportaría vida a ese viaje en el que el adiós siempre acompaña. La hija en el texto enuncia las escenas y llega a descolocar al lector porque se aprecia a ese escritor que busca continuamente mezclar presente y evocación. Los monólogos de la hija no se comprenden bien y todo se lleva a un artificio prescindible.

La familia realiza una travesía en coche para esparcir las cenizas del hijo fallecido en el terrible conflicto de las Malvinas. Tanto las ‘roads movies’ como las ‘roads teatrales’ son propuestas en las que todo debe avanzar. Hay un componente magnético en el camino y lo que sucede en él. Esto que en el texto queda patente, en la puesta en escena no es orgánico. La escenografía es correcta a cargo de Mónica Boromello, en la que el Ford Falcon del 71 comanda la acción y en uno de los lados la caravana que les acompaña. El video, por el contrario, se emplea de una forma un tanto irregular. ¿Por qué ciertos dibujos? Uno de los personajes más perdidos es el del hijo, aquí transformado en un sucedáneo de ‘The walking dead’ con un maquillaje que resta intensidad. ¿Por qué? ¿Por qué se cambian canciones del texto? La adaptación no se entiende en casi ninguna de sus aproximaciones. 

El reparto está correcto. Hay momentos de exceso, pero lo más inquietante es que a una actriz del talento de Cecilia Freire no se le haya sacado más partido en su papel. El momento de su aparición ofrece frescura y con su capacidad interpretativa -guiada por la dirección- podría haber dotado a las escenas de un canibalismo sentimental mucho más potente. ‘El salto de Darwin’ es un espectáculo que se queda a la mitad de todo y es una lástima porque la materia prima era portentosa.


IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ


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