'BAD BOYS'. Nada mal, chicos malos


'30 for 30: Bad Boys'
(Zak Levitt. Estados Unidos, 2014. 100 minutos)

Los Detroit Pistons acabaron a puñetazos y con malos modos con las dinastías de leyenda de los Lakers de Magic Johnson y los Celtics de Larry Bird. Consiguieron dos títulos en aquellos finales de los 80 en los que la NBA todavía tenía algo de mito desconocido para el aficionado fuera de los Estados Unidos. Ni siquiera un joven Michael Jordan, que ya lideraba a los Bulls, encontraba la manera de derribar el muro que edificaban en defensa. Los Bad Boys levantaron el orgullo de una ciudad en perpetua depresión y asombraron con la feroz competitividad que desplegaron en tan corto reinado. Era otra forma de entender el deporte, ya sin cabida en la actualidad.

Este año se cumplen tres décadas del derrumbe de una de las franquicias más controvertidas de la historia del baloncesto estadounidense, con la legendaria imagen de aquellos jugadores tan odiados largándose antes de finalizar el partido sin felicitar al rival que les batió. Los Detroit Pistons no vinieron para hacer amigos, pero sí para ganar anillos y dejar una huella que hoy, con la NBA convertida más que nunca en el festival del triple y jugada a ritmo discotequero, es recordada con añoranza. 

El documental ‘Bad Boys’ de ESPN, dirigido por Zak Levitt en 2014 y auspiciado por la NBA (poco polvo y mucha luz, por lo tanto), recuerda con los testimonios de los protagonistas y de quiénes los padecieron la construcción del colectivo de chicos más malos que haya dado el deporte profesional, con permiso de los Raiders (NFL) o del Wimbledon (Premier League) de Vinnie Jones. “Hoy no lo hubiéramos permitido”, admitía el que fuera comisionado de la NBA, David Stern, en los años 80. Los Pistons basaron su juego en la intimidación, sin rehuir el recurso de los puños cuando era necesario. Había más permisividad en las reglas y exprimían los límites al máximo. Hicieron del odio que generaban en el rival el mayor aliado. “Dennis Rodman tenía ese poder, entraba en tu cabeza”, admite en el reportaje el laker James Worthy. En otras ocasiones era Bill Laimbeer, pívot blanco de familia acomodada, el encargado de desquiciar a base de faltas flagrantes, codazos y defensas al límite. “Cuando los rivales nos respondían, ya estaba, sabíamos que íbamos a ganar”, reflexiona Joe Dumars, escolta de aquel equipo y jugador que ponía junto a Isiah Thomas el talento, siempre por encima de las individualidades. Y si algún rival se atrevía a cuestionarlo, aparecía Rick Mahorn, el ‘enforcer’ en la terminología de hockey sobre hielo, preparado para la gresca y para defender al compañero al instante. Sus lágrimas cuando le entrevistan ya cincuentón y rememora cuando fue traspasado a los Minnesota Timberwolves en el draft de expansión revelan que aquellos Pistons operaban como una familia bien avenida. 

La chispa que desencadenó a los Bad Boys tiene origen en un comentario que hoy canalizaría a través de las redes sociales una polémica inabarcable. Rodman dijo que a Larry Bird se le sobrevaloraba por ser blanco. Al instante Isiah Thomas, cabecilla del grupo, apoyó el comentario y el resto del equipo cerró filas. Se habían convertido en la diana de prensa y público y empezaron a desempeñar con gusto el perfil que les habían adjudicado. “Éramos nosotros contra el mundo”, sentencia Dumars.

La simbiosis con la ciudad, que nunca había visto al equipo ganar un campeonato, funcionó desde el primer momento. El Palace de Auburn Hills, a 45 kilómetros del Downtown de Detroit, empezó a llenarse todas las noches, con un aficionado que por fin sentía que los suyos importaban, les representaban y trascendían. Las imágenes de la Woodward Avenue coreando a los Bad Boys tras la consecución del primer título en 1989 todavía se recuerdan. Ocurrieron en el mismo lugar donde hubo gravísimos disturbios raciales en 1967. Detroit volvía a las portadas, pero en esta ocasión por otros motivos bien diferentes.

‘Bad Boys’ se adentra en la compleja personalidad de algunos jugadores de la plantilla. Dennis Rodman todavía no había explotado su faceta de divo y era admirado en el vestuario por su humildad y compromiso. Laimbeer se convirtió en la punta de lanza de ese estilo rudo, aunque detrás de esa agresividad había un jugador de calidad que llegó a ser All Star en varias ocasiones. El caso más interesante es el Isiah Thomas, cuyo nivel de juego nunca estuvo en consonancia con su estatus en la historia de la liga. En su contra operaba una personalidad digna de un supervillano de cómic, el necesario contrapunto a tanto héroe prefabricado por los medios. En el veto que ejerció la plana mayor de históricos de la NBA a su presencia en el Dream Team de Barcelona 92 confluyó la radicalidad de la propuesta que capitaneaba. Ni siquiera ayudó a Thomas que Chuck Daly, un técnico facilitador y su tutor en Detroit, fuera el elegido para entrenar a la mayor colección de estrellas reunidas. 

Los Bad Boys se consumieron rápido, entre la veteranía, las lesiones y la dificultad de prolongar un modelo de juego basado en la fatiga física y mental del rival. En 1991 se encontraron con unos Chicago Bulls hambrientos de títulos y dispuestos a la pelea que les apalearon. “Nos hicieron mejores, sin ellos no hubiéramos ganados seis anillos”, reconoce Michael Jordan. Los Pistons acabaron mal, peleados entre ellos -Thomas se rompió la mano al golpear a Laimbeer en un entrenamiento- y olvidados por el resto, como si su reinado hubiera sido una pesadilla que nadie quisiera recordar. 

Hoy el Palace de Auburn Hills en el que los Bad Boys escribieron su leyenda está derruido. Como la ciudad que les acogió, aquellos jugadores todavía se sienten ninguneados fuera del estado de Michigan. Este documental reconoce que fueron mucho más que puños y trifulcas y reivindica su legado y lo que ya nadie les podrá quitar, esos dos títulos en la época de plenitud de la considerada mejor liga del mundo. 

RAFAEL GONZÁLEZ TEJEL

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