‘EL ASESINATO DE DOS AMANTES’. En 4:3 el amor en Nevada.

 


Crítica de cine.

‘El asesinato de dos amantes’ (Robert Machoian. Estados Unidos, 2019. 85 minutos).

Exquisita puesta en escena en una historia en la que la originalidad no es lo que lo prima en cuanto a temática se refiere. Una separación puede tratarse de un millón de maneras, pero el manejo narrativo que ofrece en su debut Robert Machoian es admirablemente particular. Los ecos a ‘Secretos de un matrimonio’ (1974) de Ingmar Bergman han reinado en diferentes aproximaciones. Woody Allen, con su poderosísima ‘Maridos y mujeres’ (1992), consiguió darle su visión, pero si se atiende a la fallida ‘Historia de un matrimonio’ (2019) de Noah Baumbach se asiste a una emulación de planos del cineasta sueco. Sería demasiado atrevido en ese caso hablar de homenaje.

‘El asesinato de dos amantes’ no necesita poner sobre el tapete esas referencias. David y Nikki han decidido separarse, no está claro si por un tiempo o para siempre. También han dirimido que en este proceso cada uno puede tener otras compañías. Tienen cuatro hijos (tres de ellos son del propio director), pero su mujer parece tener encuentros serios con una persona que le hace sonreír y le regala flores.

Apostar por un formidable 4:3 ya comienza a ser una declaración importante de intenciones. Esos rostros se encorsetan en unos planos que van en consonancia con lo que parecen experimentar los personajes, ambos en distintos momentos vitales dentro de un proceso común. Su comienzo es inquietante con un David apuntando con una pistola a su mujer y a su nuevo amante. Ella comparte noches con su compañero en esa casa que era familiar, pero en la que ya no vive David. Él se ha ido a convivir con su padre, que está enfermo, y le continúa tratando como ese adolescente que fue. La primera secuencia ofrece una maestría absoluta al apostar por un embriagador plano secuencia. Esa persona que apunta con un arma regresa a su antiguo hogar, el del instituto y, al llegar a casa, se aprecia a alguien completamente diferente. Los tiempos del sentir son agónicos e ilusionantes. Machoian no apuesta por lo convencional. Esta pareja o expareja continúa teniendo citas clandestinas, para él esperanzadoras, para ella… ¿Cómo son para su mujer? Citas en esa furgoneta, esa F150 resistente, la que fue y la que continúa siendo. Su vida, la de David, está en un instante en el que parece que el tiempo del instituto y él ahora es el mismo. Una vuelta atrás, pero ya con cicatrices. Los planes se ven destruidos por una responsabilidad máxima hacia sus hijos. Lo importante es ver a Nikki y asumir lo que está sucediendo, pero el modo es tan diferente entre ambos que el miedo se convierte en esa pauta que parece guiar una falsa estabilidad que se intenta aparentar.

Las escenas son magníficas porque no se apuesta por ese tipo de discusión tan manida y redundante en la que se sacan a la luz las vísceras, esa putrefacción recalcitrante en la que puede transformarse el amor. Por un lado, David parece estar arraigado a ese lugar, a esa vida y a su familia. Es feliz con lo que hace o siente. La escena en la furgoneta, la noche en la que ambos han establecido una cita o algo que se le parece es la clave. Nikki no va en la misma dirección, para él parece que nada ha cambiado, pero para ella nada es así. Aunque no se diga explícitamente, sí parece ser decisión de ella que esa separación se haya producido. Todo parece indicar que las decisiones de juventud lastran esa unidad que han construido. Incluso él le ha compuesto una canción, como tantas veces, pero, al truncarse el plan, no tiene su guitarra. No hay terceras personas, esa persona ha llegado después. Una de las habilidades de Machoian es no recurrir al manido plano contraplano. Hay una figura que aguanta el plano y eso inquieta al espectador que, habituado a direcciones más convencionales, intentar buscar un respiro que este curioso director no le regala. Aguanta la duración del plano lo que sea necesario. No importa que sea en un espacio abierto o cerrado. En casi cualquier encuadre se aprecian las montañas del paraje, pero eso no libera tensión. Maneja el tempo fímico con la precisión necesaria para no caer en lo tópico y estos personajes se equivocan o aciertan, pero necesitan avanzar cada uno por sus propios medios. Todo lo que hace con sus hijos, las discusiones por la educación y lo que deben hacer, los errores y las culpas tiene otra dimensión. La acción, en muchos instantes, desconcierta por un salvajismo hasta físico como el instante de la agresión del nuevo amante de Nikki a David. Hay golpes, crueldad y traición. Los efectos se aprecian en el plano siguiente en el que la pistola vuelve a salir de su lugar en un momento en el que la cordura ha pasado a un segundo plano. Hay numerosos elementos que consiguen que el espectador esté en tensión.

El sonido de la película es sublime. Es un personaje más porque cuesta saber si lo que sucede está en el interior de las cabezas o es el sonido que les acompaña. En el personaje de David esto es aún más llamativo debido a esa inestabilidad psicológica por la que atraviesa. Los elementos naturales, como pueden ser las ramas, el aire, las puertas y el sonido de la rutina son aliados efectivos en la narrativa que se emplea. Mención especial merece la fotografía. Es un tratado de la luz portentoso. Cada vez que sale David, los colores que priman son los allegados a la tierra para enfatizar el arraigo por ese lugar. El foco fundamentalmente reside en él, pero a la hora de retratarla a ella todo parece ir en consonancia con ese cambio que parece precisar. El retrato del lugar en el que no hay muchas cosas, los espacios abiertos y el miedo a la pérdida. El final es extraordinario. Daría para una tesis determinar si el mismo es positivo o negativo.

‘El asesinato de dos amantes’ es una obra completa. Nuevamente es una incógnita el motivo por el que los distribuidores españoles deciden contratar subproductos y no traer un cine de garantías y diferente. ¿Cuál será el siguiente trabajo de Robert Machoian? Sea el que sea merecerá verlo.

 

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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