El extraño dislate, mil veces comentado, que supuso la aparición de la última lista de la prestigiosa revista, Sight and Sound, que consideró a la película, ‘Jeanne Dielman 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles’(1975), como la mejor de la historia, levantó ampollas. Eso es lo de menos, porque ya está todo dicho sobre cuál ha de ser o no la mejor película, siempre desde un prisma subjetivo. Las motivaciones que llevaron a la revista a tomar tal decisión no ofrecen duda alguna, pero ya está, es simplemente una lista, una más.
Curioseando la misma, en el número 16 aparece el cortometraje ‘Meshes of the afternoon’ de Maya Deren y Alexandr Hackenschmied realizado en 1943. No hay duda de que es un corto distinto y magnífico en el que pueden apreciarse las influencias de ‘Un perro andaluz’ (1929) y que es posible que fuese inspirador para directores como Carpenter o Lynch. Su estudio del inconsciente, su blanco y negro y su asfixia son notables. Se podría adscribir a muchas corrientes y se puede visionar sin problema: https://www.youtube.com/watch?v=WOxOmU588IA
Lo que ya resulta muy extraño, y no para que bien, es que no se encuentre un corto magnífico y diferencia de Carl Th. Dreyer: ‘Tomemos el ferry’ (1948) -esta es una de sus posibles traducciones, pero hay más-.
Es una obra maestra en todo lo que plantea y en el cómo. El talento de Dreyer es indiscutible, pero en once minutos consigue transmitir un sinfín de sensaciones que van desde la angustia, la crueldad, la temeridad, la entrega, la muerte hasta la responsabilidad de una decisión.
Una pareja debe recorrer 70 km en menos de 45 minutos. Dreyer filma sin prisa una historia de acelerones y diversas controversias. La música, en principio, tambores que no anuncian nada bueno y un trasbordador en el que viaja la pareja protagonista. Todo tiene un orden. Los planos del trasbordador entrando en el puerto son fascinantes y va alternando el interior, o desde el puerto, con planos detalle del agua y de nuestra pareja preparándose en la moto. Salen con orden, la prisa y la urgencia por llegar no les impide dejar de ser cívicos. Ellos salen los últimos y ahí comienza un claro trasunto de road movie frenética pero muy bien estructurada. Esa prisa que han dejado claro los protagonistas esconde una causa que el espectador desconoce. No parece que sea la premura y la ilusión por realizar un viaje el que les lleva a la urgencia. Es posible, o no, Dreyer ni siquiera juega a que el espectador lo imagine, que el apuro esté ligado a un imprevisto. La pareja tiene claro que, del modo que sea, han de llegar. Ya el revisor en el transbordador les avisa que no llegarán porque la carretera no es recta.
El viaje comienza y se aprecia la ciudad, la circulación y sus gentes. Acto seguido ya es la carretera y la primera parada: repostar en la gasolinera. Todo filmado en su tempo y la pregunta en mente ¿llegarán? La carretera tiene curvas, animales, carros con caballos, coches. Se producen adelantamientos e incluso imprudencias de otros conductores, e incluso llamadas de atención. Dreyer filma el cuentakilómetros y esa aguja que aumenta la velocidad, también el paisaje y algunos planos cortos de los rostros de los protagonistas -sin casco, claro-.
Ya han recorrido la mitad de la distancia en buen tiempo, pero la carretera no es buena y se equivocan. Nada parece sencillo. La forma de generar angustia de Dreyer es muy acertada porque en el error está la rectificación y los planos cortos van modificándose para que el espectador asista al cambio de ruta. La fotografía y el montaje son fascinantes porque todo se imprime en esa velocidad de claroscuros.
https://www.youtube.com/watch?v=XyGL5l13G18
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ
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