JOSÉ MARÍA PÉREZ ÁLVAREZ: UNA ÉTICA DE LA EXIGENCIA

 

La muerte de José María Pérez Álvarez (1952 -2025), Chesi, en 2025 cerró una de las trayectorias más coherentes y singulares de la narrativa española contemporánea. No fue un escritor de irrupciones ni de ciclos breves: su obra se construyó por sedimentación, libro a libro, siempre fiel a una misma idea de la literatura. Esa idea —exigente, poco complaciente, profundamente reflexiva— explica tanto su condición de autor minoritario como la solidez de un proyecto que hoy puede leerse en conjunto con plena claridad.

Pérez Álvarez escribió siempre desde una convicción firme: la novela no es un simple vehículo de historias, sino una forma de pensamiento. Por eso su narrativa rehúye la linealidad cómoda, la transparencia inmediata y el efectismo. En su lugar propone estructuras complejas, un estilo controlado y una relación con el lector basada en la atención y la inteligencia compartida.

El rasgo más constante de su escritura es el control. Control del ritmo, de la información, del punto de vista. Su prosa es precisa, a menudo sobria, pero nunca plana. Avanza por acumulación de matices, no por golpes de efecto. Pérez Álvarez evita explicar en exceso: confía en que el lector reconstruya el sentido a partir de los elementos que el texto va dejando en suspenso.

Esa forma de escribir responde a una mirada moral muy clara. Sus novelas no buscan la identificación sentimental ni el consuelo. Los personajes aparecen atravesados por contradicciones, zonas de sombra y tensiones éticas. La literatura, en su caso, no sirve para tranquilizar, sino para incomodar con rigor. No hay moralina, pero sí una conciencia constante de que toda historia implica una toma de posición.

Uno de los aspectos más singulares de su obra es la concepción de la novela como estructura compleja. A Pérez Álvarez le interesan los relatos que se pliegan, que incorporan documentos, biografías, recuerdos fragmentarios, versiones contradictorias. La linealidad clásica le resulta insuficiente para dar cuenta de la complejidad del mundo. De ahí su preferencia por narraciones en red, donde cada elemento remite a otro y el conjunto solo se comprende plenamente cuando se observa en perspectiva. Esta poética atraviesa títulos muy diversos y se convierte en una seña de identidad reconocible a lo largo de toda su trayectoria.

En Nembrot, Pérez Álvarez despliega una de sus novelas más ambiciosas desde el punto de vista intelectual. El texto explora la relación entre identidad, lenguaje y poder, apoyándose en una estructura que combina narración, reflexión y referencias culturales. Aquí la novela se aproxima al ensayo sin perder su condición de ficción, y exige del lector una atención sostenida. Nembrot muestra con claridad una de las obsesiones del autor: cómo los relatos fundacionales —históricos, bíblicos, culturales— siguen operando en el presente y condicionan la manera en que los individuos se piensan a sí mismos.

En La soledad de las vocales, el tono se vuelve más íntimo, aunque no menos exigente. La novela trabaja la incomunicación y el desajuste entre los personajes y su entorno. El título, de fuerte carga simbólica, resume bien una constante de su obra: la soledad no como anécdota emocional, sino como estructura. Aquí el estilo se afina aún más: frases medidas, silencios significativos, escenas que sugieren más de lo que muestran. Pérez Álvarez demuestra que su densidad narrativa no depende de la complejidad argumental, sino de una manera de mirar. Ganó el III Premio de novela Bruguera.

A esta línea de trabajo se suman novelas como Las estaciones o La edad de hierro, donde vuelve a aparecer su interés por el paso del tiempo, la memoria y los conflictos morales ligados a la experiencia histórica y personal. Aunque cada obra presenta variaciones de tono y estructura, todas responden a un mismo proyecto: explorar cómo se construyen los relatos que sostienen una vida o una comunidad.


Es posible -y siempre desde un punto de vista subjetivo- que sea en Tela de araña donde esa poética alcanza una de sus formulaciones más equilibradas y reconocibles. La novela se organiza como una red de relaciones: biográficas, culturales, espaciales. Nada es accesorio. Cada hilo sostiene a otro, y el lector avanza con la conciencia de que cualquier detalle puede resultar decisivo. La originalidad de Tela de araña no reside en un argumento espectacular, sino en la coherencia entre forma y pensamiento. La intriga funciona como método para explorar cómo se fabrican las verdades, cómo operan los silencios colectivos y cómo la cultura puede convertirse en un espacio de poder. Es una novela que confía en la inteligencia del lector y que se resiste a ofrecer respuestas cerradas.

La muerte de José María Pérez Álvarez permite hoy leer su obra como un conjunto cerrado y, al mismo tiempo, plenamente vigente. Sus novelas no envejecen porque no dependen de modas ni de coyunturas: dependen de una idea exigente de la literatura. Frente a la rapidez y la simplificación, su legado reivindica la lentitud, la forma y la complejidad. Leer a Pérez Álvarez es aceptar una invitación poco frecuente: la de una narrativa que no busca agradar de inmediato, sino pensar con el lector. En ese sentido, su obra  constituye una de las propuestas más sólidas y honestas de la novela española de las últimas décadas.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

 

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