YAIZA BERROCAL: "Me interesa la nostalgia solo como afecto reaccionario"



ENTREVISTA A YAIZA BERROCAL, Premio de Teatro Calderón de la Barca 2020

A Yaiza Berrocal (Llinars del Vallès, Barcelona, 1991) entrar en el listado de ganadores del Premio de Autores Noveles Calderón de la Barca, en el que se figuran dramaturgos como Juan Mayorga o Lluïsa Cunillé, no le produce orgullo, vértigo o responsabilidad. “Ahora mismo estoy sorprendida y con mucha curiosidad”, afirma la autora de ‘La cadena del frío’. El jurado destacó la “honestidad y originalidad” de un texto que “retrata a una generación muy concreta de la historia reciente de España a través del humor y la ternura de sus personajes”. 

'La cadena del frío' ha sido definida como un retrato generacional que se plasma a través de la mirada de una joven de edad similar a la suya. ¿Cuánto hay de usted en Lola, esa chica que no cesa en el empeño de seguir adelante a pesar de los obstáculos a los que se enfrenta?
Tengo de Lola lo mismo que de sus padres o de su interlocutor epistolar, el señor McCain. Si tuviera que identificarme con alguien de la obra, sin duda sería la patata ultracongelada con forma de cara sonriente por la que Lola siente una atracción. 

El personaje de Lola tiene unos diálogos muy poéticos en contraposición al resto de personajes, que utilizan un lenguaje más popular. ¿Cómo definiría su poética?
Lola ha expulsado de su manera de hablar a su familia: como aspirante a self-made woman que es, adopta la lengua aprendida con McCain a través de años y años de correspondencia plagada de vocabulario del marketing. Me interesaba mucho explorar cómo una serie de lenguajes que vienen de la mercadotecnia se van inoculando en nuestra forma de desear. En Lola convergen todos esos discursos y oscurecen su imaginación hasta convertirla en alguien que desea ser la hija de una multinacional. Además de lo que se dice, para mí era importante mostrar la relación de los personajes con los objetos, los apegos y las dependencias que hay ahí, cómo una familia se puede explicar a través de las cosas que consume y en cómo las consume.

Su retrato de aquellos noventa y de los primeros del siglo XXI es cercano y con espacios para la ternura y la nostalgia. ¿También hay lugar para la denuncia?
No creo en la nostalgia: pienso que la obra es más bien una reflexión sobre la nostalgia como afecto reaccionario. Lola lleva al extremo el deseo violento de recuperar un recuerdo idealizado de su infancia y lo explota hasta sus últimas consecuencias, hasta un punto casi monstruoso. El humor me ayuda a buscar ese extremo.

El papel de la nostalgia en la validación de la historia es un tema que me interesa mucho. Hace años que nos movemos en una nostalgia generalizada con el pasado reciente, en la estética va desde la recuperación de lo vintage a las fiestas ochenteras. La aceleración de este gesto es cada vez más frenética, ahora mismo se están recuperando estéticas de hace menos de diez años. Los discursos publicitarios han sabido exprimir perfectamente ese sentimiento que despierta la recuperación de imaginarios que nos recuerdan a la arcadia infantil.

A los nacidos en los noventa se nos da bien movernos en el espectro de la melancolía, y desde hace un tiempo se está generando cultura consciente de esto y que trata de darle una vuelta a ese sentimiento, analizarlo con todas sus posibilidades. Es muy distinta la melancolía de los ochenta, con todo el rollo de 'Yo fui a EGB', de una cultura actual de recuperación crítica de los noventa. Es recuperar algo que sabemos que acaba en tragedia, que ha marcado cómo somos, que lleva a un presente sin horizonte de futuro. Es una recuperación del pasado peculiar, que contiene su propia crítica. Pienso en la cultura visual del meme, del vaporwave y del postinternet…en todo ello hay más crítica y rabia que nostalgia. Para escribir 'La cadena del frío' tenía en mente este tipo de aproximación al pasado. 

Con lo de la ternura sí que coincido, mi preocupación es ser tierna con los personajes, evitarles cualquier juicio al construirlos, que puedan desplegarse en su complejidad. 

¿Cree que hay una generación de dramaturgos o novelistas que han incorporado a su obra la gran crisis del 2008 que puso fin definitivamente al ‘España va bien’ que se vivía desde los JJOO y que desembocó en el 15M y la situación actual, o todavía es difícil de detectar?
Cualquier persona que trate de explicarse el presente va a reflexionar sobre estos hechos.  Se ha hablado mucho de la literatura de la crisis, de los autores de la crisis… esto muchas veces ha servido más como una faja para vender el libro que como una propuesta real. La cuestión que para mí ha de estar en juego no es temática sino de foco y de forma.  Me interesa muchísimo, por ejemplo, lo que pasó con Colectivo Todoazén con su collage de prensa en El año que tampoco hicimos la revolución, o lo que hacen Las Huecas con los gestos de las niñas noventeras en Proyecto 92.

¿En qué medida los concursos, tan abundantes en el medio escénico, se hacen necesarios para un dramaturgo?  
Estoy 100% a favor de los concursos, nunca hay demasiados concursos. Me encanta eso que Bolaño decía de Benedetto cuando se presentaba a certámenes literarios de ayuntamientos, que era un cazador que cazaba liebres y también bisontes. Es una imagen muy acertada de lo que puede hacer alguien que escribe y siempre la tengo en mente.

Ha escrito guiones de cine y publicado novelas, además de escribir teatro. ¿Qué criterio le empuja a llevar una historia hacia el cine, el teatro o la novela? 
La curiosidad de explorar lo que ofrece cada medio y la intuición.

Pablo Remón decía que el cine es un circo y el teatro una liberación. ¿Lo siente así? 
El cine es una industria, es un juguete caro, y si escribes guiones a no ser que tengas suerte siempre vas a tener que estar convenciendo al dueño del juguete de que te deje jugar, o rompiéndote la cabeza para ver cómo puedes pasar del dueño y aun y así no arruinarte. También hay teatro que se mueve en esa lógica, pero yo he tenido experiencias horizontales que me hacen pensar que en teatro es posible hacer las cosas de otra forma, sin esa censura tan grande o sin tener que luchar contra los elementos para poder hacer algo. 

Se habla mucho de la forma que adoptará el teatro tras la pandemia ¿Cree que habrá un auge del teatro filmado? ¿Qué le parece este formato? ¿Hacía dónde considera que se dirigirá este teatro que se abre en el futuro cercano?
Durante el confinamiento disfruté mucho de una iniciativa de Lola Arias, que me dio mucho estímulo y mucha paz: convirtió a formato zoom su propuesta de 'Mis documentos'. Hizo algo que solo ocurría en ese momento, con una exploración de formatos impresionante, tenía lo efímero del teatro y se daba esa sensación de estar viviendo algo en común. Logró traducir un lenguaje a otro y el resultado fue genial. No le encuentro sentido a grabar el teatro: todo lo que tiene razón de ser en escena se vuelve afectado en una pantalla o se convierte en un cortometraje o un largo un poco raro. La pantalla tiene su propio lenguaje y si el teatro quiere hacer algo ahí tiene que intentar captar qué de ese lenguaje puede ser teatral.

Conoce la escena tanto de Madrid como de Barcelona. ¿En cuál de las dos encuentra un mejor hábitat para desarrollarse una autora joven? 
Las dos ciudades tienen en común que sus fondos buitres no te alquilan un piso si dices que tu oficio es ser un dramaturgo joven. 

Ha completado su formación en talleres. ¿Qué se aprende en cursos de estas características que no pueda hacerse desde el propio escritorio?
La diferencia es la que hay entre hablar solo y conversar con alguien. Hay mucho mito del autor creador que se enfrenta solo a la página en blanco. Para escribir hay que conversar, continuamente: con otros textos, confrontar el texto con lectores, o tu habilidad crítica con otros textos… Hubo un taller en concreto en el Teatro del Barrio con Javier Montero que disfruté mucho, se llamaba 'La normalidad como campo de batalla', que nos viene al pelo en la situación actual.

Como está estipulado en las bases del premio, ‘La cadena del frío' se estrenará en Madrid, cuando la mayoría de ganadores no viven o no son de la capital. ¿Sigue el teatro español sufriendo cierto centralismo?
Absolutamente todo en el estado español es centralista y el teatro es una muestra perfecta de ello.

BENJAMÍN JIMÉNEZ / RAFAEL GONZÁLEZ

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